26 May No, tus vinos no son diferentes
Os voy a contar una historia.
En el camino que recorro todas las mañanas desde mi casa al estudio, coincido con los chavales que a esas horas entran al instituto. Chicos y chicas rebosantes de testosterona y algo chillones que van de camino a sus clases (o no). Y la otra mañana, que igual venía con menos sueño que de costumbre, me di cuenta de una cosa. Que salvo excepciones, son todos iguales. Mismo peinado, pantalón de pitillo asomando tobillo, camiseta negra… Iguales. Las chicas, tres cuartos de lo mismo. Camiseta blanca, tejanos bien arriba de la cintura, pelo largo y lacio. Lo mismo. Cromos idénticos.
Al final, aunque todos se creen diferentes y con unas señas de identidad claras, la realidad es que temen tanto alejarse de un conjunto común para poder ser identificados y aceptados del entorno social al que quieren pertenecer, que las diferencias terminan siendo mínimas. Eso sí, preguntadles y os dirán que para nada son todos lo mismo.
Vale. Pues lo mismo pasa con vuestros vinos.
Si tenéis poco tiempo con que hayáis leído hasta aquí ya tenéis el resumen de lo que va este post. Para los que queráis seguir leyendo, me explico.
El 2022 se está (por fin) pareciendo a aquella realidad que tanto echábamos de menos.
Vuelven las ferias de vino y con ello, algo que se parece bastante a lo que entendíamos por “la vieja realidad”. Y además ha vuelto de golpe, con lo que abril y mayo ha sido loquísimo con la Barcelona Wine Week, Fenavin, Prowein, los Verema, El Gourmet…
Tanto conjunto de ferias con tantas bodegas por metro cuadrado, ha dado la posibilidad de ver como muchas de esas bodegas han evolucionado en estos años de “encierro”. Nuevas marcas han surgido y con toda esa repentina información, el que se haya fijado un poquito habrá podido ver un efecto similar al que cuento en la introducción: La mayoría de vinos parecen iguales.
¿Iguales en forma? No. Las formas están cada vez más cuidadas y cada vez es más complicado ver una etiqueta fea, lo mismo que cada vez es más complicado encontrar un vino técnicamente mal hecho. Iguales porque los diferenciales con los que se trabajan terminan siendo comunes y eso al final hace que el discurso del 98% de las bodegas en la actualidad pueda sintetizarse en tres:
- Mi vino es único, porque el paisaje y la orografía es sumamente singular y además hemos recuperado una variedad autóctona que hace diez años no conocía ni el tato.
En este caso la etiqueta se traduce visualmente en paisaje, tierra, fauna local, ese animal que se escabulle por los viñedos, el escarpado terreno en el que tenemos que hacer la vendimia, etc. Acompaña esta gráfica un Naming que acompañe al concepto de un modo más o menos original. Visualmente se puede traducir en un grabado de los viñedos si nos quedamos en el lado de diseño clásico, un corte de la tierra estratografiada en diferentes stampings si vamos a la vanguardia o como hemos hecho nosotros en un proyecto que pronto veréis, haciendo un sello con la piedra del viñedo o haciendo tinta con la tierra tal y como hicimos con Camino de Aladrén y que podéis revisar en este enlace.
- Mi vino es único, porque la historia de mi bodega se remonta al pleistoceno.
Por lo tanto la etiqueta se traduce visualmente en características propias de mi historia: La casa primigenia de la familia, una etiqueta tipográfica inspirada en las primeras etiquetas que salieron en los años 40, el dibujo de la iglesia del pueblo donde mi bisabuelo se casó y en el caso de que el bisnieto haya cogido las riendas de la bodega, la fotografía de un antepasado de la familia cae seguro.
- Mi vino es único, porque yo cuido mis procesos de vinificación. Miro a la luna para saber cuándo vendimiar y pongo caca en un cuerno. Ese proceso me hace diferente.
Aquí tenemos el discurso que puede llegar a ser más loco, o los “single-stars” del vino, que siempre van al “modelo vigneron francés” y quieren etiquetas de ese rollo, o pequeñas bodegas que quieren diseños tan innovadores como sus procesos, que suelen ser etiquetas con un componente abstracto importante. En este caso, como el concepto de marca-bodega es el de una marca personal, termina siendo definido por múltiples elementos que se alejan más o menos de una base estratégica: El grupo de música que me gusta, alegorías a la luna y a la “pacha mama” o a algún cuadro que vi en no-sé-donde y que quiero poner en mi etiqueta. Por supuesto, en dependencia del estilo visual que adopten: moderna, clásica o vanguardista, la cosa irá por un lado u otro.
Existe una variable muy guay de esto, que es que la historia es la de que el abuelo hizo un viaje a principios de los años tal y trajo la sabiduría en forma de hacer el vino de tal país.… En ese caso es importante incorporar un globo aerostático a la etiqueta. Algo onírico, siempre por favor con una ilustración tipo grabado antiguo. A nivel de Naming, algo como “yaya María”, “El viaje del abuelo”, “El fundador” o “Casa Pairal” pegan fijo.
A partir de estos tres discursos: Terreno / Historia / Vinificación, surgen diferentes ramas que presentan matices, pero que al final, explican el mismo discurso. A esto le añadimos esas tres variantes de estilo de las que hemos hablado: diseño moderno / vanguardista / clásico y haced las combinaciones que veáis, pero con esto, el 98% de las bodegas definen sus discursos y diseño de etiquetas.
Debemos trabajar el visual de nuestros vinos partiendo de un discurso que nos defina, no al revés
En definitiva, se cuida la FORMA pero no el DISCURSO, que es al final lo que articula diferenciales y puntos comunes para cualquier marca o bodega. ¿Por qué Mac Donalds y TGB, a pesar de ser competencia, son tan diferentes? Pues porque además de trabajar en puntos comunes para que su público objetivo les reconozca, trabajan en puntos diferenciales para que su público les identifique.
Y ojo, no volverse loco porque tan importante es diferenciarse como tener esos puntos comunes. Y más en el sector del vino. Tener un story-telling excesivamente enrevesado hará que solamente seas identificado por un público tan ultra-especializado que será complicado posicionarte. Es lo que le pasa al tercer grupo, los “single-stars” del vino trabajan con un conjunto de inputs tan diferentes que terminan siendo fetiche para mucho Winelover, pero muy difícilmente identificados por el bebedor más generalizado.
Y es ahí donde el diseño debe unirse a la estrategia y donde estudios profesionales como el nuestro pueden ayudar a que las bodegas salgan de un sector tan sumamente endogámico como el vino. Parte de escuchar a los profesionales que caminamos al lado y que tan importantes somos para obtener unos diferenciales de venta que, está demostrado, funcionan a muchas más capas que “un diseño bonito”.
O lo que viene hacer lo mismo, empezar la casa por los cimientos, no diseñando el cerramiento de la chimenea.
¿Y vosotros? ¿Pensáis que lo vuestro es diferente? ¡Dadnos vuestra opinión y recordad que todo está dicho desde el amor! Las etiquetas de ejemplo que hemos puesto son en todos los casos proyectos que admiramos y nos encantan y realmente nos morimos de ganas de poder hacer vuestra etiqueta colocando la foto de vuestro abuelo en un globo aerostático.
Pingback:La narrativa de marca, más allá del Story-Telling. - Veintemillas
Posted at 17:24h, 01 septiembre[…] una etiqueta bonita, la retentiva de una marca viene por la historia que expliques. Ya contamos en este post cómo sintetizar en tres conceptos las historias del 98% de los vinos españoles en la actualidad: […]
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